A 3 años de la masacre en Carazo, denominada por el régimen Ortega – Murillo, como “Operación Limpieza”
Hoy se cumplen 3 años de la masacre en Carazo, denominada por el régimen Ortega – Murillo, como “Operación Limpieza” en la que asesinaron al menos a 14 personas. De ellas, 5 familias en Asociación Madres de Abril recuerdan hoy a sus deudos y exigen verdad y justicia por estos crímenes de lesa humanidad.
El departamento de Carazo tiene una población de 177,000 habitantes en ocho municipios. Las protestas se dieron principalmente en las cabeceras municipales de Jinotepe y Diriamba, principales centros urbanos del departamento.
Abril-Junio: Se dan las primeras manifestaciones contra las reformas del INSS que son reprimidas por grupos de choque sandinistas. Se producen incendios intencionados en la alcaldía de Diriamba, que almacenaba pólvora, y disparos contra la parroquia Santiago de Jinotepe. Después de la marcha de las Madres se levanta el tranque de Colegio San José, que paralizó el tránsito sobre la carretera Panamericana por más de un mes, quedando varados más de 200 furgones.
La primera víctima del departamento se produce en el retén de paramilitares en Las Esquinas. Vicente Rappaccioli, de 60 años, desaparecido y asesinado el 26 de Junio.
Durante la operación limpieza del departamento que se realiza el 08 de Julio con un continente de fuerzas de antimotines y paramilitares con armas de fuego, se producen al menos 14 muertos, más de 30 heridos y una cantidad no determinada de desaparecidos. De las víctimas de AMA pueden mencionarse los siguientes:
Alejandro Carlos Ochoa.
José Manuel Narváez Campos.
Josué Israel Mojica García.
Faber Antonio López Vivas.
Gerald Antonio Barrera Villavicencio.
Alejandro Carlos Ochoa:
Griselda del Socorro Acuña Cruz recuerda que su hijo Alejandro Carlos era muy cariñoso, sonriente, dinámico y le gustaba salir con sus amigos. Era estudiante y se acababa de graduar de chef. Días antes de que lo mataran, Alejandro pensaba comprarle un vestido nuevo a su mamá para que subiera con él a recibir el diploma. Le gustaba cocinar carne de res, brochetas y pollo. Su sueño era poner un restaurante para ayudar a su mamá y a la familia.
Su padre, Alejandro Carlos Ochoa Umaña, lo recuerda así: “Era un muchacho rebelde, a veces hacía caso, a veces no. Le gustaba la música y la cocina. Quería viajar lejos para conocer a otras personas y aprender cómo cocinan en otros lugares. Era serio y recto, aunque también era alegre y hacía sus chavaladas… Le gustaba hacer acrobacias en su bicicleta y andaba con una pelota de 15 chavalos”.
El joven trabajaba con su papá en un taller de cuero dedicado a la confección de fajas, carteras y billeteras que entregaban para vender en las tiendas. El padre recuerda que él le “hablaba de la situación del país, de lo difícil que estaba. Al igual que otros chavalos se lanzó a la protesta, sin saber cuáles podrían ser las consecuencias. Él quería un cambio y criticaba al gobierno que solo respondía a los intereses de unos cuantos”.
Alejandro Carlos empezó a ir a las marchas y después a los tranques. “Les cocinó a los muchachos en los tranques”, recuerda su mamá. Se involucró en las protestas contra el régimen Ortega Murillo el 30 de mayo, después de la masacre perpetrada contra la marcha del Día de las Madres en Managua. Ese día, los auto-convocados de Jinotepe levantaron el tranque del colegio San José, uno de los más importantes por su posición estratégica en el circuito de la Carretera Panamericana. Toda la ciudad estaba atrincherada. Los muchachos exigían justicia.
El 8 de julio empezó la llamada Operación Limpieza ordenada por el gobierno. Paramilitares y tropas especiales de la Policía irrumpieron con armas de guerra contra las barricadas en Jinotepe y en Diriamba. Uno de los compañeros que estaba con Ochoa en el tranque relata: “Los paramilitares llegaron disparando. Nosotros estábamos detrás de una barricada resistiendo y los paramilitares retrocedieron un poco; él salió de la barricada a ver si se habían alejado, pero ellos estaban detrás de un muro. Lo ametrallaron a sangre fría, según dijo un compañero que lo vio caer a pocos metros de él”.
Sacar a Ochoa del sitio donde cayó fue una odisea. Sus compañeros lo trasladaron bajo una lluvia de balas disparadas por policías y paramilitares. “Un chavalo se arriesgó y de a rastras fue a sacarlo. Alejandro Carlos estaba boqueando, ahogándose en su propia sangre. Varios lo cargamos de la barricada al hospital”, recuerda su compañero. El joven llegó muerto al centro hospitalario, con balazos en el abdomen, en la espalda y en la pierna, según lo confirmó su madre al reconocer el cuerpo. “No lo pudimos velar y del hospital lo llevamos directo al panteón”, comenta doña Griselda en medio de su tristeza.
Alejandro Carlos fue uno de los 32 caraceños asesinados el 8 de julio de 2018 en una de las operaciones más sangrientas ordenadas por el régimen Ortega Murillo en contra de la población atrincherada en el departamento de Carazo. Según un recuento del Centro Nicaragüense de Derechos Humanos (Cenidh), la mayoría fueron asesinados o torturados y ejecutados durante la denominada Operación Limpieza. Todos eran jóvenes, tenían entre 17 y 25 años.
Para don Alejandro, el principal legado de su hijo es haberse sumado a las personas se alzaron en lucha contra un dictador genocida, para vivir en una patria en paz, tranquilidad y justicia. Dice que espera que los asesinos materiales e intelectuales paguen por su crimen, que se sepa quiénes fueron, quiénes proporcionaron las armas y quiénes dieron la orden de matar. “Que se sepa la verdad, por qué lo mataron si solo estaba protestando contra el gobierno. Es necesario mantener vivos a los héroes en la memoria y saber qué fue lo que pasó, para que estos crímenes no se repitan. Y que se vayan los que no pueden administrar el gobierno”, afirma.
José Manuel Narváez Campos:
José Manuel Narváez Campos tenía 22 años. Su mamá, Eva Ruth Campos, dice que en Jinotepe todos lo conocían como “Chema”.
Isabel Cristina Narváez Grijalva, su tía, lo recuerda como un muchacho popular, amable y servicial. Había trabajado en el mercado, en una venta de pollos y antes de morir laboraba en un bar. En todos los trabajos lo querían por su amabilidad.
Para su papá, José Alejandro Narváez Grijalva, “Chema” era una persona fuerte, muy sociable y caritativa. Empezó a participar en las marchas junto a sus amigos de bachillerato, después en las primeras protestas pacíficas y finalmente en los tranques.
El día que lo mataron, el joven había salido en moto a las seis de la mañana en dirección al hospital. Pasó por el tranque de la pulpería Jennifer y después se dirigió al tranque de AGRIMERCH, cuando en el camino lo llamaron del tranque San José, aparentemente pidiendo su presencia. Él se encaminó hacia el lugar pasando por la misma calle que había recorrido, sin saber que los paramilitares ya habían entrado a Jinotepe y habían barrido el tranque San José.
Su madre relata que cuando empezó el ataque la gente oía los disparos, pero nadie podía salir de su casa. “Estábamos incomunicados, no había internet ni electricidad y los teléfonos estaban descargados. No había manera de saber lo que estaba pasando”, recuerda. Durante el ataque a los tranques, doña Eva Ruth se asomó con cuidado a la ventana: “Veía que venía un mar de gente y que los muchachos se estaban desplegando. Alguien pasó por mi casa y desde la calle me gritó que a mi hijo lo habían matado…”
La madre de “Chema” vio el cuerpo sin vida del muchacho en el Instituto de Medicina Legal, en Managua. Tenía múltiples escoriaciones.
Josué Israel Mojica Velásquez:
Josué Israel Mojica Velázquez era menudo y delgadito. Cursaba el segundo y tercer año de bachillerato en el colegio La Salle. Su mamá, Elizabeth Velázquez, relata que su pasión era el fútbol. “Jugaba fútbol campo y fútbol sala, era delantero. Su otra pasión era el taekwondo, deporte en el que había ganado una medalla de plata”.
“A Josué le gustaba cantar las canciones de los Mejía Godoy y también la música nicaragüense. Tenía un gran amor por Nicaragua y su sueño era que se acabara el régimen para vivir en un país libre. Iba a las marchas con una gran alegría, no hallaba dónde ponerse la bandera… se la ponía en el cuello, se la ponía en la cintura. Un día que fue a una marcha, al salir de la casa con su bandera, en una pared del parquecito escribió Josué M, 19 de abril. Se tomó una foto con la bandera y la publicó en las redes sociales”, dice la madre.
Carmen Velázquez Gutiérrez, abuela de Josué, recuerda que el 8 de julio escuchó la balacera a las seis de la mañana. Ella salió a preguntar por Josué y vio que se estaba alistando para salir. “Vienen los muchachos de Jinotepe”, le dijo el joven. Por más que la abuela le pidió que no saliera, él se puso su mochila, su gorra y se fue.
Poco después llegó un vecino para avisarles que “lo habían tirado”. Doña Carmen cuenta que no dejó salir a su hija y que fue ella la que agarró un trapo blanco como bandera y se fue con dos sobrinas a buscarlo. “Pregunté al lado del cementerio y me dijeron que ahí no había muertos, me fui al lado de El Reloj y tampoco. En el camino encontré a unos encapuchados armados y les pregunté si habían visto al muchacho, les dije que me lo entregaran para velarlo y enterrarlo. La respuesta fue ‘nosotros no andamos matando, solo andamos haciendo limpieza’”, recuerda con dolor.
En su búsqueda desesperada, la abuela de Josué recorrió Diriamba durante todo el día, hasta que alguien le dijo que había dos muertos del lado del hospital y que una camioneta se había llevado los cuerpos metidos en bolsas de plástico. “Su mamá se fue a buscarlo a Managua y lo encontró en la morgue”, relata.
Los asesinos de Josué Mojica lo habían amenazado a través de un mensaje que la madre encontró posteriormente en su celular. “Muchachito, te andamos en capilla por haberte metido con el Frente, a vos y a otro”, decía el texto, de acuerdo con la denuncia que doña Elizabeth presentó ante la Comisión Permanente de Derechos Humanos (CPDH).
Faber Antonio López Vivas:
La madre de Faber, Fátima Belarmina Vivas Torres, originaria de Santo Tomas Chontales, se había establecido en San Carlos, Río San Juan, su hijo se había integrado a las filas policiales en 2014, y estaba asignado a la Delegación de El Rama, pero lo reasignaron a la Dirección de Operaciones Especiales Policiales (DOEP), para que pasara un curso sobre técnica canina, por lo que permanecía en Managua.
Llevaba seis meses de participar en ese curso, y tras las protestas a partir del 18 abril lo sacaron a las calles a reprimir a la población, situación con la que no estaba de acuerdo, dijo su madre. Su hijo le habría expresado que en los primeros días de la represión, pasó cuatro días en la calle sin comer y sin beber líquidos.
El 13 de mayo de 2018, el día de su cumpleaños, Faber fue a Santo Tomás, Chontales, donde él habitaba, y allí se encontraron. El se había ido sin permiso de la dirección de la Policía y permaneció durante 15 días en su hogar. Después de esa fecha regresó al trabajo porque lo amenazaron de irlo a traer junto a toda su familia.
Fátima Vivas aseguró que su hijo le había referido en un momento que la foto en que ella tenía en el Facebook, con Medardo Mairena, le estaba te perjudicando en el trabajo”, porque la señalaban de ser “tranquista”.
Él día 6 de julio, Fátima había hablado con su hijo por teléfono y le habría dicho: ‘hijito salite de la Policía, yo no quiero que estés allí’. ‘Mamá, ya pedí la baja —le respondió. —, ¿y sabe qué me dijeron?, que si yo me salía de la policía, mataban a toda mi familia.
Gerald Antonio Barrera Villavicencio:
Gerald Antonio Barrera Villavicencio era originario de Jinotepe, Carazo. Su madre falleció cuando él apenas tenía tres años, su padre lo abandonó y se crió con un hermano y su tía Alisseth Barrera Reyes, quien fue su verdadera madre. Fue muy apegado y cariñoso con ella. Le encantaba celebrarle su cumpleaños y verla feliz. Se hizo albañil, pero luego la vida le dio oportunidades y descubrió que tenía talento en el mundo de las ventas. Vendió huevos y bolsas plásticas.
En 2018 se desempeñaba como ejecutivo de ventas en una empresa colombiana que distribuía alimentos para animales. Por la entrega a su trabajo le asignaron un vehículo para que se movilizara. Casado con Karen Mayela Martínez, tenían dos hijos, una niña de 3 años y un niño de 8 meses, que eran su vida. “Me quitaron un pedazo de mi corazón, pero estoy orgullosa de él, porque luchó hasta dar su vida por nosotros, un gran hijo, un gran padre, un hombre trabajador”, declaró Alisseth durante un homenaje.
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Fuente: Madres De Abril